Una aventura en pareja

Una de las mejores tardes de mi vida en pareja la pasé el otro día haciendo una locura tras otras. Y no digo esto porque se me fuera la poca cordura que me queda y bailara desnuda en mitad de la calle ni nada parecido sino porque me dejé convencer por mi novio para hacer deportes de aventura y fue lo más excitante y divertido que he hecho en mucho tiempo, a pesar del miedo y la reticencia inicial que tenía la verdad.

Llevamos varios meses en los que coincidir en horario en casa está siendo de lo más complicado y cuando son unos días, hasta lo agradeces, porque piensas: toda la casa para mí. Pero tras una semana, y la siguiente, y la que viene detrás, echas de menos a tu pareja, y te sientes sola/o y muy poco puedes hacer para solucionar el problema.

El caso es que, tras mucho tiempo, coincidimos con todo el fin de semana libre por ambas partes y pensamos que estaría genial hacer algo juntos que se saliera de lo común, algo que nos sacara de la rutina y nos hiciera pasar un día diferente, los dos solos. Pensamos en varias cosas pero al final Mario, mi novio, me convenció para llamar una empresa que organiza actividades al aire libre y jornadas de deportes de aventura que desde ese día recomiendo a todo el mundo porque son muy buenos en lo que hacen y pasas un rato muy agradable con sus actividades.

El caso es que cuando llegamos allí, por la mañana, teníamos contratado un descenso por el río, vamos… lo que todo el mundo llama Rafting, y yo estaba muerta de miedo. Mario se meaba de la risa porque yo sólo podía reír, agarrarme a su mano y temblar ligeramente de los nervios que tenía y, sin embargo, ahí estaba, como una campeona, escuchando atenta las explicaciones del monitor y embutiéndome en ese traje de neopreno negro con el que parecía una pequeña foquita en el río. Me lo pasé bomba, genial, de PM… y podría seguir. Cuando bajamos de la balsa aquella o como se llame, en lo único en lo que pensaba era en poder volver a subir.

Tras esa actividad nos llevaron a hacer tirolina. Eso me daba menos miedo pero he de reconocer que también lo pasé muy bien porque no es algo que se haga todos los días  así que se disfruta un montón. Y luego a comer, una rica barbacoa con patatas asadas y cervecita fresca.

Tras un descanso de una hora, más o menos, volvimos a montar en la furgoneta para ir hasta donde haríamos Paint Ball. A quién no lo sepa le diré que duele un montón, así que es mejor que vayan bien tapaditos. No diré que no me lo pasé bien, porque disfruté mucho, pero tengo tres moratones importantes que me recuerdan que lo bueno duele. Cuando las balas de pintura explotan contra tu cuerpo es como si te dieran una pedrada. No te va  hacer nada grave pero daño sí te hacen, y que no os intenten convencer de lo contrario porque mienten.

Y por último un paseo a caballo relajado antes de volver a casa.

Fue un día estupendo, lo repetiría mil veces. Tal vez cambiaría el Paint Ball por el barranquismo o el tiro con arco pero no me arrepiento en absoluto así que os recomiendo a todos probar algo parecido. Os sacará de la rutina y os hará disfrutar como niños.

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