El poder de la mente

Hay días en los que nos levantamos dispuestos a comernos el mundo y se nota. Da igual que llevemos el mismo peinado de siempre o que la ropa sea igual que la del día anterior, porque si ese día en concreto estamos con el “guapo subido” podemos con todo lo que se nos venga encima. Nos llenamos de positivismo y nos sentimos con fuerza suficiente como para mover montañas, aunque luego nos quedemos en colinas e incluso en castillos de arena.

El otro día me levanté con ese ánimo, pero cuando veo las fotos del día en cuestión me doy cuenta de lo persuasiva que es la mente en este sentido. El viernes pasado tenía cita en la Clínica Dental Carrilet 100 para hacerme un blanqueamiento, llevaba muchísimo tiempo queriendo hacérmelo y aún no había podido ser, así que el viernes pasado que conseguí mi propósito me fui al dentista la mar de contenta (por raro que suene eso ya que normalmente, si voy al dentista, es con muy mala leche).

El caso es que salí de la clínica eufórica, pensando que los dientes me brillaban cual diamantes o zafiros, y pensando que quien me viera pensaría “qué dentadura más sana, y qué dientes más blancos”. Me sentía tan bien que decidí llegar a casa, darme una ducha, y arreglarme como hacía tiempo que no lo hacía para ir a cenar con mi marido.

La jugada me salió a la perfección porque dos días antes me habían llegado a casa unos productos para el cabello que pedí en Pelumarket.es, y pensaba estrenarlos ese día. Me alisé el pelo, me maquillé como nunca (con countoring y todo), me engalané con un vestido precioso y me puse la bisutería más aparente que tenía. Luego salí en busca de mi marido que esperaba en el salón con el pantalón de mezclilla de siempre y la camisa blanca abierta hasta el pecho. “Ualá” exclamó él, y yo me sentí la Reina de Saba.

Reacciones Esperadas

Fuimos a cenar a un restaurante precioso y cuando salíamos, sobre las 23:30, se me ocurrió mirar la cartelera del cine y fuimos a la sesión golfa, sobre las 00:30, a ver una película de esas de acción que tanto le gustan a él y de las que yo nunca recuerdo el nombre. Fue una noche estupenda y no dejó de piropearme en ningún momento.

Hoy, tras el paso del fin de semana y de mirarme al espejo  por veinteava vez para admirar mis blancos dientes, he cogido las fotos que hicimos con el móvil ese viernes para ver cómo de blanca se me veía la dentadura y… ¡Sorpresa, Sorpresa! En las fotos no puedo tener peor pinta. Como jamás me había maquillado con la técnica del counturing, la falta de experiencia me hizo cometer un grave error, y es que no extendí lo suficiente el maquillaje y se notaban las líneas de color muchísimo (por no hablar del contraste entre cuello y cara, que era brutal). Los dientes, aunque blancos, no brillaban tanto como yo pensaba. De hecho, tenía que fijarme mucho para que se notara la diferencia y como algunas de las fotos las había tomado después de cenar ya no me quedaba ni pintalabios.

Conclusión: no estaba tan guapa como yo pensaba pero como me lo creí conseguí que los demás también se lo creyeran, así que ya sabéis, el poder de la mente es mucho más fuerte que el de los cosméticos (y no soy fan de Star Wars).