Llevar a nuestros padres a una residencia de ancianos, cuando son muy mayores, es una decisión difícil de tomar. En determinadas circunstancias es la opción más adecuada. Te hablamos de este asunto tan delicado.
Silvia, una amiga que tengo, que es enfermera, y que ha trabajado durante años en residencias de la tercera edad, me ha comentado en más de una ocasión, que las residencias de ancianos son como hospitales especializados en la tercera edad. Igual que en un hospital, hay que seguir una rutina en el reparto de la medicación y hacer una ronda por las habitaciones para supervisar la salud de los internos enfermos. La salud es una de las razones poderosas que nos llevan a ingresar a nuestros mayores en una residencia.
Que nuestro padre y nuestra madre vivan en su casa, de manera independiente, cuando están jubilados es la mejor opción para ellos. Conservan su autonomía y mantienen su propio espacio, aunque regularmente, o de manera puntual, necesiten ayuda para realizar determinadas tareas domésticas o efectuar gestiones.
Sin embargo, todos sabemos que llega un momento en el que eso no es posible. Ingresar a nuestros mayores en una residencia es una decisión que sigue teniendo mala fama. Nos crea cargo de conciencia. Parece como si fuéramos malos hijos. Pero llega el momento en que hay que tomar esta determinación. Por lo general, no es porque los hijos no podamos dedicar tiempo a nuestros padres.
Cuando esto sucede, lo mejor es escoger la residencia de ancianos donde mejor pueda estar atendido nuestro familiar. Es el caso de Eduarda Feria Ruiz. Una mujer que ingresó a su madre de más de 80 años de edad en la Residencia Castilla, una residencia de Córdoba con más de 25 años de experiencia y donde tienen a 15 trabajadores para atender a 27 residentes. Un servicio casi personalizado.
¿Las residencias de ancianos son un centro sanitario?
Este es un asunto controvertido. Mientras que hay muchas personas que afirman que no lo son, hay otras que opinan que reúnen todas las condiciones para ser considerados como tal.
Una residencia de la tercera edad no es un centro sanitario en sentido estricto, porque no forma parte del sistema de salud., pero cuenta con todo un equipo humano con formación sanitaria encargado de cuidar de la salud de los internos.
Mi madre, mis hermanos y yo valoramos la atención sanitaria como uno de los criterios decisivos para escoger la residencia donde internamos a mi padre, cuando ya su enfermedad estaba bastante avanzada.
La revista Redacción Médica señala que el Tribunal Supremo dicto una sentencia en la que catalogaba a las residencias geriátricas como institución sanitaria.
Todo viene de una denuncia que interpuso un enfermero opositor al tribunal de oposiciones que evaluaba el acceso a plazas en el servicio de salud de una comunidad autónoma. En la fase de concurso, no se le valoró su experiencia en dos residencias de ancianos privadas, al mismo nivel que se valoraba la experiencia en hospitales.
Por ley, en las residencias geriátricas, debe haber como mínimo una enfermera o enfermero por cada 20 residentes durante el día y al menos una enfermera de noche por cada 40.
Dependiendo de la configuración de la población residente de la institución geriátrica, se puede valorar la necesidad de un mayor número de profesionales sanitarios. Así, por ejemplo, no es extraño que en muchas residencias de ancianos encontremos fisioterapeutas.
La legislación española también establece que en las residencias con más de 45 internos, debe haber un médico de forma presencial, durante 5 horas a la semana. Por cada 10 residentes más, la presencia del médico debe extenderse 1 hora más. En residencias con más 120 plazas, el médico debe estar en el centro un mínimo de 17 horas semanales.
Todo esto sin contar que las auxiliares de geriatría deben disponer de muchos conocimientos propios de una TCAE, profesionales sanitarios que trabajan en hospitales.
Cuando ya no queda otra salida.
A mi padre le diagnosticaron alzhéimer con 66 años. Durante casi 10 años, mi madre, que había sido ama de casa, se encargó en exclusiva de su cuidado.
Pienso que, aunque fue duro, aquella fue una experiencia liberadora para mi madre. Empezó a hacerse cargo de asuntos de la casa que hasta entonces eran competencia exclusiva de mi padre. Las gestiones con los bancos, con las administraciones públicas, la contratación de profesionales para atender emergencias en el hogar, etc.
Mi madre se informó de la enfermedad de mi padre todo lo que pudo. Le acompañó siempre al neurólogo y a las pruebas en el hospital de día. El lugar donde mejor cuidado estuvo mi padre fue en su casa con su mujer.
Tuvimos suerte y la enfermedad evolucionó lentamente, pero hubo un momento en el que mi madre no se pudo hacer cargo de él. La enfermedad se agravó después del confinamiento del COVID-19. Es probable que aquello tuviera algo que ver, pero lo cierto es que el alzhéimer es una enfermedad implacable y ese momento tenía que llegar tarde o temprano.
En una etapa avanzada del alzhéimer, el enfermo se vuelve violento. Mi padre, que nunca le había puesto una mano encima a mi madre, le llego a empujar varias veces. No era él, nos aseguró el neurólogo, era la enfermedad.
Por seguridad de mi madre y porque ya no sabíamos cómo actuar, decidimos primero ingresarlo en un centro de día, hasta que el personal del centro nos aseguró que no se responsabilizaban de él. Ya no había marcha atrás. El ingreso en la residencia era la única salida.
Algo parecido sucedió con Nati, una señora mayor que me alquiló una habitación durante tres años que estuve trabajando en Palma de Mallorca. Nati no tenía hijos, pero sí una sobrina que se preocupaba de ella casi como si lo fuera. Nati era un encanto de persona y una mujer adelantada a su época. Vivió siempre de su negocio de confección y viajó desde los años 70 por todo el mundo. Los viajes eran su pasión. Era una gozada llegar cada noche a casa y escuchar las historias de sus vivencias.
El último año que viví en su casa la internaron dos veces en el hospital. Sufría mareos repentinos en los que perdía el conocimiento y en una ocasión se cayó por las escaleras. Estaba desarrollando una demencia y tenía problemas cardiacos.
Todas las tardes salía a tomarse un café en un bar cercano a su casa, era muy querida por el vecindario. La alarma llegó cuando una tarde se perdió y nadie sabíamos dónde estaba. Después de darle muchas vueltas a la idea, la sobrina decidió internarla en una residencia.
Las circunstancias que llevan a internar a una persona mayor.
Pueden ser diversas las causas que lleven a una familia a internar a una persona mayor en una residencia geriátrica. He querido centrarme en las relacionadas con la salud. Estas son algunas circunstancias que hacen que el ingreso sea recomendable:
- Dificultad para manejar enfermedades crónicas complejas en casa.
- Necesidad de cuidados médicos continuos y especializados.
- Pérdida de movilidad que requiere asistencia permanente.
- Deterioro cognitivo avanzado, como el Alzheimer o la demencia.
- Problemas de incontinencia difíciles de gestionar en el hogar.
- Aparición de trastornos de comportamiento que complican la convivencia.
El coste de las residencias.
Un aspecto que interesa a los familiares es el coste de las residencias. Todos buscamos una residencia donde nuestra madre o padre vaya a estar bien atendido y donde pueda tener una buena calidad de vida durante sus últimos años, pero somos conscientes de que este es un servicio caro.
En España hay registradas 5.487 residencias, que ofrecen un total de 397.743 plazas, pero lo cierto es que el 74% de las residencias son privadas. Un asunto, este, que debería resolver el Estado, para prestar un buen servicio a los ciudadanos. Que lo arregle, tengo mis dudas. Por desgracia, las residencias geriátricas en nuestro país son un nicho de mercado rentable. Algunas aseguradoras y empresas de sanidad privada tienen repartidas residencias por todo el país.
El portal de información Inforresidencias señala que el precio medio de una residencia en España en el 2023 era de 1.989,92 € al mes. El precio varía de unas comunidades autónomas a otras. El País Vasco es la más cara, con un coste de 2.282, 42 €, frente a Castilla-León, donde una plaza en una residencia cuesta de media unos 1.745, 25 € al mes.
Con frecuencia, la pensión del residente no es suficiente para cubrir la estancia, lo que supone un sobrecoste para la familia. Por suerte, las comunidades autónomas ofrecen ayudas que facilitan el acceso a las residencias a los mayores con ingresos más bajos.
Aunque lo tenemos en cuenta, el precio no es el criterio principal para ingresar a un familiar mayor en una residencia. Priorizamos otros factores como los servicios y las instalaciones. Un aspecto que no debemos olvidar es el sanitario. Puesto que es probable que nuestro mayor esté allí, por problemas de salud.