Una historia para recordar

Hoy me han dado la oportunidad de publicar en este, nuestro blog, una historia que ha llegado a mis manos por pura casualidad. Dicen que todos los humanos estamos conectados por, como máximo, un número de 6 conocidos, una teoría que se conoce por “los seis grados de separación”. Eso significa que entre ti y ese actor que tanto te gusta hay 5 personas que se conocen entre sí y una de ellas, la última, lo conoce a él. Por lo visto es una teoría que parte de la mano del escritor húngaro Frigyes Karinthy y está basada en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena.

Esta historia, llegó hasta mí gracias a esa teoría, o al simple hecho de conocer a alguien que conoce a otro alguien que te conoce a ti, y caló tan hondo en mí que pedí permiso para contárosla en la publicación de este post, y “permiso concedido” me respondieron.

Es muy complicado ser una chica con asperger en ese mundo. Para quien no lo sepa, el asperger es un trastorno del espectro autista, por lo que incide directamente en la expresión, la sociabilización y ciertos aspectos fundamentales de la comunicación. No obstante, hay muchos grados en los que se puede presentar este trastorno en una persona, pero incluso teniendo un asperger leve siempre serás diferente a los demás, aunque nadie dijo que “lo diferente” sea malo necesariamente. El problema es que crecer en un entorno como el de nuestra sociedad, donde lo que es considerado “raro” se suele apartar a un lado, no es nada sencillo.

Ana (como llamaremos a nuestra protagonista aunque no es su nombre real), creció en un mundo en el que la llamaban “rara” y, sabiéndose así, llegó un momento en el que ella era misma la que se aislaba de forma voluntaria con el fin de no sufrir nuevas decepciones por parte de sus compañeros de colegio, instituto e incluso universidad. Ana era muy inteligente, probablemente más que los demás, pero tenía una especie de muro infranqueable cuando se trataba de entender ciertas cosas concretas y, por eso, prefería pasar desapercibida y evitar así nuevas burlas. Sin embargo, en todas las universidades hay algún docente que manda trabajos en grupo, y eso obligaba a Ana a codearse con compañeros de la carrera, aunque ella se dedicaba a hacer su parte del trabajo y a desaparecer una vez hubiera sido entregado. El problema llegó cuando, en una ocasión, Sara se pegó a ella en uno de esos trabajos y decidió que Ana era agradable, simpática y rara, pero que esa rareza le gustaba.

Cuando la veía llegar a clase, Sara se acercaba a ella a preguntarle qué tal estaba, cuando llegaba el fin de semana la invitaba a salir con sus amigos, y Ana siempre respondía que no, hasta que un día la convenció para ir al cine, las dos solas, sin nadie más, y así consiguió que Ana confiara en ella poco a poco y se convirtieran en grandes amigas.

Aun así, todo era complicado, porque el hecho de que Ana hubiera aceptado a Sara como amiga no implicaba que fuera a aceptar a nadie más y eso significaba que Sara tenía que elegir siempre entre quedar con un grupo de amistades más amplio o quedar con Ana y la solución la encontró en un equilibrio ideado por ella donde seguiría siempre quedando con sus amigos, y con la gente nueva que conocía, pero se guardaría un día para Ana, un día el que iban al cine casi siempre, pero a veces también salían a picar algo o quedaban a tomar un café y contarse sus cosas.

De eso, del inicio de esa amistad, hacía ya 10 años cuando ocurrió la segunda pare de la historia, y Ana había pasado de tener unos 20 años, a tener unos 30, igual que Sara.

La fiesta de cumpleaños

Cumplía exactamente 31 años cuando Sara se presentó en casa de Ana con los padres de ella como cómplices. Traía una tarta muy divertida, decorada con un enorme “Feliz Cumpleaños Ana” y una vela enorme, gigantesca, que le había costado mucho encontrar y había acabado comprando en esta fábrica de velas de cumpleaños.

Fue uno de tantos cumpleaños que celebraban en petit comité, solo los padres de Ana, Sara, y la cumpleañera. Cuando era más pequeña sí que celebraba los cumples con algún primo y algún miembro más cercano de la familia, pero esos tiempos ya pasaron.

El caso es que en ese cumpleaños es cuando vino a la mente de Sara la gran idea. Si Ana no quería conocer a nadie, tal vez habría que animarla un poco a hacerlo por medios menos directos. Y así es como Ana empezó a chatear por internet, a conocer gente a través de la red donde se sentía más protegida que en el cara a cara. Así conoció a Pedro, un friki de los videojuegos y las series de televisión con el que hizo mucho amistad y que supo respetar las diferencias de Ana, tanto en la red como en persona, cuando se conocieron finalmente, y con el que Sara también entabló amistad. “Los tres mosqueteros” se hacían llamar en broma, pero les faltaba Dartañán.

Sara había tenido muchos novios, pero Felipe fue quien se quedó con ella en las duras y en las maduras, y Pedro, quien no quería pareja por propia convicción, también empezó a salir con otros “frikis” como él mismo los llamaba, y se hacían llamar, voluntariamente. Como siempre, Ana estaba invitada, y hasta consiguió que fuera un par de veces a alguna quedada, pero se sentía incómoda cuando había demasiada gente en un mismo lugar y Pedro acabó entendiéndolo y respetándolo.

Y llegó el número 32, un año más en la vida de Ana, y de Sara y de Pedro. Un año más en el que Ana seguía siendo ella, y aunque sus amigos siempre seguirían siéndolo, los trabajos, la vida, otras amistades y el amor les dejaban poco tiempo para pasar juntos.

Pedro entonces tuvo una gran idea, si Ana fue capaz de entablar amistad con él y abrirse gracias a Internet porque se sentía más segura conociendo gente allí que en la vida real, por qué no contratar los servicios de una agencia matrimonial para que Ana pudiera conocer a alguien.

Obviamente Ana se negó, pero tras pensarlo mucho y después de más de dos y tres conversaciones con sus amigos, se convenció a sí misma de que conocería a alguien especialmente seleccionado para ella por profesionales, psicólogos y otros expertos. Alguien que supiera cómo es y que estuviera dispuesta a aceptarla, alguien como Juan, un chico introvertido, con sus propias rarezas, con su forma especial de ver el mundo, y el chico perfecto para Ana. Fue la Agencia Géminis la encargada de tal trabajo, y acertó de lleno, a la primera.

Ana y Juan fueron amigos durante 6 o 7 meses, hasta que un día Juan decidió besarla, y así empezaron una nueva relación, lenta, muy lenta, pero perfecta para ellos. Llevan juntos 5 años, y se iban a casar este verano pero el Covid19 truncó los planes. No les importa, se casarán el año que viene, lo importante es que están juntos.

Nunca serán una pareja con mil amistades y siempre serán vistos como los “raros” allá donde vayan, pero no importa, porque se tienen el uno al otro, y aunque entre los dos pueden contar a sus amigos con los dedos de una mano, son exactamente los que necesitan, ni uno más, ni uno menos. ¿Y quién es alguien en esta vida para decidir que no pueden ser felices? Ahora mismo son una de las parejas más felices que no conozco…. Sí, habéis oído bien. Yo no los conozco, pero sí conozco a Paula, que es la novia de Sergio, quien es muy amigo de Pedro, el amigo friki de Ana.